Afganistán y el panturquismo al acecho
El gobierno fascista de Turquía intenta aprovechar el conflicto afgano para posicionarse mejor en su sueño de revivir "la grandeza del Imperio Otomano".
Por Adrián Lomlomdjian
Mientras la situación en Afganistán sigue ocupando las primeras planas a escala internacional, desde los centros de poder intentan presentar el tema simplemente como “la consecuencia de una decisión política del gobierno de los Estados Unidos”, y no como parte de un plan que en ciertos términos fracasó, y que en esta etapa fue modificado en defensa de los intereses de los mismos protagonistas, antes antagónicos y ahora ¿aliados?
La realidad es que el presidente Ashraf Ghani, uno de los favoritos de los estadounidenses, huyó del país y buscó refugio en Omán. La bandera del Emirato Islámico ondea ahora sobre el palacio presidencial.
“Los grandes medios de difusión interpretan la caída de Kabul de dos maneras. Unos afirman que los demócratas estadounidenses son cobardes y que la retirada de Afganistán afecta la moral de los aliados de Estados Unidos. Pero otros estiman que Washington ha utilizado bien sus cartas y que ha logrado clavar una espina en el pie a los rusos y los chinos”, señala Thierry Meyssan, en el artículo que lleva el título “¿Derrota en Afganistán para crear problemas a Rusia y China?”, publicado el 24 de agosto en “Red Voltaire”.
Queda más que claro que “la guerra contra el terrorismo”, que comenzó hace veinte años tras los atentados del 11 de septiembre, no solo no combatió al terrorismo, sino que lo alimentó, lo financió y lo pertrechó con los armamentos más modernos.
Cuando a principios del nuevo siglo el Pentágono entraba “en guerra contra Al Qaeda y sus patrocinadores, los talibanes”, todo resultó muy extraño, ya que Al Qaeda era un producto “Made in USA”. La entonces Secretaria de Estado yanqui Hillary Clinton admitía por entonces que estaban luchando contra unos terroristas que ellos mismos habían creado, armado y financiado. Pero, en definitiva, “la guerra contra el terrorismo” era una buena excusa para que el complejo industrial-militar siguiera facturando cientos y miles de millones de dólares.
Algo de historia sobre Afganistán
Hablar del tema Afganistán significa, al menos, hacer algo de historia y remontarse a la década de los 70 del siglo pasado, cuando en aquel país subdesarrollado, dividido entre clanes religiosos y con bolsones de un atraso casi medieval, triunfó una revolución socialista. Fue el 27 de abril de 1978.
La naciente República Democrática de Afganistán comenzó a transitar el camino de la construcción de una nueva sociedad, que además de transformar en parte de la cotidianeidad aquellos derechos que durante décadas le estuvieron negados al pueblo afgano, puso en un plano de igualdad a las mujeres, dejando atrás costumbres, tradiciones y obligaciones, que las mantenían oprimidas, en un estado de casi esclavitud.
El nuevo gobierno prohibió la usura -condonó deudas de los campesinos y les entregó tierras a través de una reforma agraria-, inició una campaña de alfabetización, eliminó el cultivo del opio, legalizó los sindicatos, estableció una ley de salario mínimo y rebajó hasta un 30 por ciento los precios de artículos de primera necesidad.
En cuanto a los derechos de la mujer, se abolió la dote, se promovió la integración de mujeres al trabajo -en poco tiempo había casi 250 mujeres obreras y el 40% de los médicos eran mujeres- y también a la educación -en algunos años se logró reducir el analfabetismo femenino más de un 25%, en la Universidad de Kabul el 60% del plantel de profesores eran mujeres, casi medio millón de mujeres trabajaban en educación y en la campaña de alfabetización-. En los años de la república socialista, el 19% de las autoridades y dirigentes políticos eran mujeres, cuando antes tenían prohibida la participación política o era limitada.
Afganistán, país limítrofe con la entonces Unión Soviética, pidió la ayuda de la URSS -con quien había firmado un Tratado de Amistad y Ayuda Recíproca- para enfrentar a la oposición de fundamentalistas y extremistas apoyados por los Estados Unidos, Gran Bretaña, Pakistán, Irán y Arabia Saudita, entre otros, que intentaban derrocar al gobierno revolucionario.
Eran los años de la guerra fría, de los “contras” en Nicaragua, de los grupos paramilitares en El Salvador, Honduras y Guatemala, del Plan Cóndor y las dictaduras genocidas en Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia y Uruguay, del golpe y la represión en Turquía, de la guerra en El Líbano, del sionismo desestabilizando Medio Oriente y adiestrando a los genocidas latinoamericanos…
Finalmente, la URSS se retiró de Afganistán. Hubo un gobierno de coalición por algunos años, hasta que tras la desintegración de la Unión Soviética, otra facción fundamentalista tomó el poder y comenzó no sólo a aplicar una política criminal contra las ex autoridades del gobierno socialista afgano -muchos fueron fusilados, otros asesinados-, sino llevó adelante una política interna represiva contra los sectores laicos, democráticos y progresistas de la sociedad.
Así pasaron los años, las décadas. Con grupos fundamentalistas cada vez más poderosos y aliados permanentes de occidente, haciendo el trabajo para ellos en la región, pero a su vez, enemistados en ciertos momentos con algunos sectores de esos mismos aliados.
El presente en Afganistán
“Finalmente lo han confesado. Respecto a los 20 años de invasión y ocupación de Estados Unidos contra Afganistán, ahora el presidente del imperio más sanguinario de la historia confiesa: ‘Nuestra misión nunca fue crear la democracia’. Ahora lo confiesan; ahora que cae sin pelear el gobierno títere y corrupto sostenido por la tropas norteamericanas; ahora, después de más de 100 mil muertos afganos y 5,000 bajas norteamericanas; ahora, después de gastar billones (en español) de dólares en armamento en ese país; ahora, luego de tantos bombardeos a poblaciones civiles; ahora confiesan que la ‘democracia’ les importa un bledo, lo importante para el imperialismo yanqui es su ‘seguridad nacional’, es decir, su control del mundo sin que nadie les amenace”, escribió el analista político Olmedo Beluche el pasado 20 de agosto en el sitio web “Rebelión”, en su artículo titulado “Biden: nuestra misión nunca fue crear la democracia”.
Así es, tal como lo señala de manera cruda Beluche, ahora, la “Alianza del Norte” liderada por Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN, que había ido a Afganistán para aniquilar a los grupos fundamentalistas o terroristas, se retira de allí luego de haber negociado con quienes habían ido a combatir, pero a quienes -paradójicamente- dejan más fortalecidos que nunca. Incluso, varios senadores republicanos acaban de solicitarle al Pentágono una lista detallada de todo el material de guerra que queda ahora en manos de los talibanes. Los senadores quieren que se incluya en esa lista tanto el armamento estadounidense como el material de guerra en general que Estados Unidos había entregado a la República Islámica de Afganistán.
Durante dos décadas, Estados Unidos y Occidente hicieron grandes negocios con los grupos terroristas y las organizaciones llamadas fundamentalistas, y ahora, una vez empoderadas, las dejan libres para llevar adelante esta nueva etapa del mismo plan.
Mientras tanto, los que hasta hace algunos días eran el objetivo principal de Estados Unidos y sus aliados, ahora son los interlocutores con quienes se negocia no sólo la salida a esta situación, sino el futuro de Afganistán. Nadie dude, que talibanes y occidentales volverán a vivir una intensa "luna de miel" en defensa de sus intereses comunes.
¿Y ahora, cómo sigue todo esto?
Seguramente, esta es la pregunta que nos hacemos la mayoría, estemos interiorizados del tema o no. Con sólo saber o escuchar que en este conflicto están terciando las principales potencias militares y los poderes económicos internacionales, debemos hacernos a la idea de que habrá “terroristas”, “fundamentalistas”, “talibanes” o “luchadores por la libertad” para rato, mientras unos y otros siguen facturando miles de millones por la venta de armas y drogas, y el saqueo de las riquezas naturales de la región.
Afganistán no es frontera con Estados Unidos, ni con Gran Bretaña ni con la Unión Europea. Es más, se encuentra a miles de kilómetros de todos ellos. Pero si es frontera con las ex repúblicas soviéticas de Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, con la República Islámica de Irán y con la República Popular de China, además de estar muy cerca de Rusia. Por eso no resulta nada descabellada la idea de que “Washington ha logrado clavar una espina en el pie a los rusos y los chinos”. Siempre, como parte del mismo plan en el que coinciden distintos proyectos.
Un plan, que como ya explicamos en otras notas, es parte de varios proyectos que en algún momento se entrecruzarán y se enfrentarán -o no-, pero mientras tanto, priorizan las coincidencias y avanzan en su aplicación, llevándose literalmente “puestos” a quienes intentan enfrentarlos en soledad, sin entender de qué se trata, como es el caso de los armenios.
Hablamos de los proyectos del imperialismo norteamericano, del sionismo y del panturquismo, de sus planes de dominación regional y continental.
Cuando hablamos de panturquismo estamos haciendo mención al sueño otomano -hoy, de Erdogan y los nacionalistas turcos- de unificar cultural y políticamente a todos los pueblos túrquicos en un solo y poderoso Estado que llegue hasta el oeste de China, donde está el pueblo uigur.
“Nos tomamos de forma positiva los mensajes dados por los talibanes hasta el momento”, dijo el canciller turco Mevlüt Çavusoglu, quien reconoció que mantiene contactos con representantes del movimiento fundamentalista. Según distintos analistas, estos contactos tienen como objetivo garantizar la continuidad tanto de sus legaciones diplomáticas como de su contingente militar, conformado por unos 600 soldados, destacado en el aeropuerto de Kabul. A principios del verano europeo, Ankara había ofrecido hacer el trabajo que ningún otro miembro de la OTAN quería: gestionar la seguridad del aeropuerto internacional de la capital afgana a medida que las fuerzas estadounidenses se retiraban.
El líder del gobierno fascista de Turquía, Rayyip Erdogan, dijo sin sonrojarse y poniendo al descubierto el interés que despierta la situación para su proyecto panturquista: “Si han mantenido negociaciones con Estados Unidos, los talibanes deberían sentirse más cómodos negociando con Turquía, porque Turquía no tiene nada que contradiga sus creencias”.
Uno de quienes le respondió a Erdogan fue el secretario general del Partido Comunista de Turquía, Kemal Okuyan, quien enfatizó: “¡Desde hace años, millones de trabajadores en este país tienen muchas cosas en contra de los talibanes! Permítame recordárselo una vez más: ¡usted no es Turquía!”.
El otro que respondió los mensajes de las autoridades turcas durante una entrevista por la televisión turca A-Haber, fue el portavoz y dirigente talibán Suhail Shaheen, quien afirmó que su movimiento no supone ninguna amenaza: “Turquía es un gran país islámico y hermano. Queremos tener unas buenas relaciones con Turquía en el futuro y trabajar juntos en materia de ayuda y cooperación económica”.
Queda claro que Afganistán también será un espacio donde Turquía querrá tener un rol protagónico, tal como lo logró en varios otros conflictos regionales como en Siria, Libia, Irak y Karabaj, donde sus militares y mercenarios, junto a los grupos fundamentalistas financiados por el gobierno de Erdogan, invadieron territorios, destruyeron poblados, asesinaron a cientos de civiles y saquearon sus pertenencias y parte de las riquezas naturales de esos países.
Pero no les será fácil a imperialistas, sionistas y panturquistas. En la región hay importantes fuerzas dispuestas a seguir enfrentado sus planes de opresión y dominación, pueblos como el palestino y el kurdo, sumados a los sectores antimperialistas y progresistas de los distintos países que conforman el Cáucaso, Medio Oriente y Asia Central, están a la vanguardia de la resistencia.
Depende en gran parte de la recomposición de las fuerzas de la izquierda patriota y revolucionaria -y de su unidad-, que la resistencia se transforme nuevamente en lucha de liberación nacional y social, para que la paz, la confraternidad y la solidaridad vuelvan a ser los pilares en las relaciones entre los distintos pueblos de la región. Pueblos, que juntos construirán las nuevas sociedades socialistas donde convivirán forjando un presente y un futuro mejor para todos y todas.
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