Depende de nosotros
Desde nuestra comunidad, podemos y debemos aportar con ideas al debate de cómo salir de la actual profunda crisis en la que se encuentran Armenia y la armenidad.
Por Adrián Lomlomdjian
Todo lo que leemos y escuchamos desde Armenia, inevitablemente nos lleva a la conclusión de que las autoridades del país, los funcionarios de Estado, dirigentes políticos y líderes sociales -todos ellos oficialistas u opositores-, parecen no haber comprendido (con las excepciones del caso) la situación crucial en la que se encuentra el país, ni la inseguridad e indefinición en la que viven (o sobreviven) quienes lo habitan.
Semana tras semana vemos como se agudiza la lucha interna entre el actual gobierno y las anteriores administraciones por demostrar “quién es menos culpable”, mientras Armenia corre peligro cierto de ser “deglutida” por los proyectos que se disputan la región: el del imperialismo norteamericano, el del sionismo israelí y el del gobierno neo-otomano encabezado por el líder fascista turco Erdogan.
Se siguen buscando culpables y responsables del desastre nacional producido a partir de septiembre de 1991, cuando no sólo se decide separar de la Unión Soviética, sino que la clase dirigente que se adueñó del poder resolvió restaurar el capitalismo en el país, ocasionándole a la república y al pueblo un golpe casi mortal, que puso a la armenidad al borde del precipicio, desde donde aún no puede correrse ni un centímetro…
Finalizada la guerra y luego de las elecciones de junio de este año, que ratificaron a Pashinian y su partido político al mando del timón del país, la situación no cambió y los males que venían aquejando a la sociedad armenia siguen y se profundizan, causando mayores daños y llevando hacia la indiferencia y el desinterés a amplios sectores de la sociedad. Como claro ejemplo, basta mencionar que el 51% de los empadronados se abstuvo de votar en las elecciones legislativas cruciales realizadas este año.
Unidades militares azerbaiyanas continúan en territorio soberano armenio mientras aún no se acordaron las condiciones y formas para delimitar y demarcar las fronteras entre Armenia y Azerbaiyán. Se anuncia públicamente un cercano encuentro entre los líderes de Armenia y Azerbaiyán, pero continúan las agresiones armadas en distintos sectores de la frontera común y resuenan una y otra vez los discursos amenazantes y cargados de odio. Se habla de paz, de apertura de caminos y del comienzo de una nueva etapa, pero se ocupan y cierran rutas al tránsito de carga armenio-iraní, y se realizan maniobras militares conjuntas azerbaiyano-turcas en la frontera con Armenia e Irán. Las potencias y la comunidad internacional afirman que se avanza en el reinicio de las negociaciones enmarcadas en el mediador Grupo de Minsk de la OSCE, pero al mismo tiempo Aliyev dice que ya no existe cuestión de Karabaj porque Azerbaiyán ganó la guerra y definió militarmente el diferendo, ninguneando así el derecho del pueblo de Artsaj a su autodeterminación. El gobierno armenio de Pashinian pasea a sus funcionarios por Europa y Estados Unidos coqueteando con occidente y mendigando su ayuda, y luego corre hacia Rusia e Irán para que no la dejen sola.
En estas últimas semanas se sucedieron y se suceden hechos que resultarán trascendentes a la hora de definir hacia dónde, cómo y con quiénes saldrá Armenia de esta crisis, que puede ser terminal si no se tiene la capacidad necesaria para entender cuáles son los intereses del pueblo armenio y se toman las decisiones políticas correctas en esa dirección.
Si mayoritariamente seguimos creyendo que las fábulas nacionales que fuimos tejiendo colectivamente a lo largo de nuestra historia son la realidad, indudablemente daremos el paso adelante y nos caeremos al precipicio. Eso sí, felices y contentos porque esas fábulas nacionales nos hicieron transitar por una realidad paralela que nada tuvo ni tiene que ver con el día a día de Armenia, su pueblo, y por qué no, de la diáspora, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años.
Es el momento de dar un paso firme hacia la sensatez y comenzar a pensar el futuro, basándonos en la realidad concreta, en la verdad y en los intereses de Armenia y de quienes la habitan, haciendo a un lado los slogans vacíos de contenido real, las historias fabulescas y el inexplicable sentimiento nacional de que “todo el mundo debe preocuparse por los armenios”, incluso cuando muchos armenios no defienden ni se preocupan siquiera por sus propios intereses sociales y nacionales.
El futuro de un país no se define como si fuera un partido de fútbol. Tampoco se debaten ideas, propuestas o ideologías desde la mentira, la tergiversación o el chicaneo sinsentido.
Repetir una falsedad hasta el cansancio, imponerla para que el sentido común la transforme en una supuesta verdad, no hace que la realidad cambie, sino que el presente nos pase por arriba, nos apabulle, nos confunda y no sepamos cómo ni por dónde salir.
Un país (Estado), que en muchos aspectos y oficialmente se miente y les miente a sus pobladores, a su diáspora y a la comunidad internacional, seguirá siendo víctima de sus debilidades y presa fácil de las apetencias de quienes lo rodean y ambicionan cumplir proyectos expansionistas y de dominación regional.
Como colectivo nacional, aún estamos a tiempo de comenzar a torcer el rumbo que nos trajo hasta el borde del precipicio. Mientras tanto hoy, Armenia, sigue “tshvar” y “ander” (desgraciada y sin dueño). Depende de nosotros que deje de serlo.
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