Garantizar la paz, hermanar pueblos y construir proyectos colectivos
Editorial de NOR SEVAN a 106 años del genocidio de armenios, asirios y griegos pónticos perpetrado por el Estado turco entre 1915 y 1923.
Redacción NOR SEVAN
24 de abril. El pensamiento y el corazón de millones de armenios y sus descendientes establecidos en decenas de países de los cinco continentes, se centraron en el recuerdo y la conmemoración de un nuevo aniversario del genocidio armenio. De esta forma, la memoria individual y colectiva de toda una nación no permitió el olvido de aquel crimen de lesa humanidad, que marcó a fuego la vida y el destino de cientos de miles de familias, que no sólo perdieron a sus seres queridos, sus pertenencias personales (desde su casa hasta un recuerdo familiar) y su rico patrimonio histórico y cultural, sino que se vieron privados para siempre de habitar en sus territorios ancestrales.
Desde la memoria activa, los descendientes directos de las víctimas sobrevivientes del genocidio conmemoramos esta fecha no desde el odio ni con pedidos de venganza, sino para que nuestra tragedia y dolor aporten a la toma de conciencia colectiva para que NUNCA MÁS ningún pueblo ni ningún ser humano sean objetos de un crimen de similares características.
Sin embargo, y pasados 106 años del genocidio armenio -reconocido, recientemente, como tal por el presidente de los Estados Unidos Joe Biden y por gran parte de la humanidad-, seguimos siendo testigos del sufrimiento de millones de hombres y mujeres que a lo largo y ancho del planeta son víctimas de proyectos similares al panturquista, basados en intereses de dominación, saqueo y acumulación de riquezas naturales y materiales, en ideas supremacistas y discriminantes, donde el odio al otro, la explotación, la opresión y el egoísmo, son moneda corriente.
El sistema dominante a escala planetaria intenta imponernos -y lo logra, en gran parte- la idea de que otro mundo no es posible, que lo único que nos queda es tratar de mejorar y "humanizar" lo que hay. Y sobre esta idea base machacan a diario desde los medios masivos de comunicación, desde los distintos niveles educativos, desde las distintas iglesias-templos-sinagogas-mezquitas hasta las variadas estructuras político-partidarias y las ONG. De esto hablan los de derecha, centro derecha, centroizquierda e, incluso, varios de quienes se autoproclaman revolucionarios o de izquierda. Elegir u optar por el mal menor se convirtió en una constante, ya sea como alternativa electoral o como posición política a asumir ante los problemas y cuestiones que siguen ocupando y preocupando a la humanidad.
Si hay algo que debimos haber aprendido de la historia y del presente es que no podemos buscar la solución en el capitalismo, porque el capitalismo es el problema.
Ninguno de los males que aquejan a la humanidad desde hace décadas -por no irnos siglos atrás- podrán ser solucionados dentro de un sistema para el que la explotación, la opresión, la injusticia y la desigualdad son su razón de ser. Basta con recorrer la historia de los últimos ciento cincuenta años de la humanidad para darnos cuenta que es así.
Mucho se habla -y suele repetirse hasta el cansancio- que la no condena de los crímenes, es decir su impunidad, es lo que garantiza que los mismos se intenten repetir o, directamente, se repitan. Pero cabe recordar aquí que los cabecillas de los Jóvenes Turcos fueron condenados durante un juicio que se llevó a cabo en el propio Imperio Otomano, los nazis fueron condenados en Núremberg y los militares genocidas argentinos fueron sentenciados luego del histórico Juicio a las Juntas.
Sin embargo, la Turquía actual retoma el proyecto panturquista a escala internacional, luego de haber continuado aplicando a lo largo de todas estas décadas su política de turquificación/islamización y opresión de las decenas de minorías nacionales -y sociales- que habitan la República. Y no sólo intentó e intenta tergiversar la verdad histórica relacionada principalmente a los crímenes cometidos contra armenios, asirios, griegos pónticos y kurdos, entre otros, sino que lleva adelante una intensa y costosa campaña negacionista, que es acompañada y protegida por los principales círculos del poder político, militar y financiero de occidente, y por el sionismo.
En Europa, supuesto centro de la civilización humana, el fascismo no sólo asomó su cabeza, sino que gobierna cientos de municipios y tiene importantes bloques de diputados en casi todos los países, incluso en algunos es gobierno. Los descendientes de quienes sufrieron, entre otros, a Hitler, Mussolini y Franco, hoy no dudan siquiera en intentar igualar con esos criminales a quienes los combatieron, como los partidos comunistas de la Unión Soviética y Europa. La vergüenza es un sentimiento que hace rato perdieron muchos y, lamentablemente, todos pagamos los costos que ello ocasiona.
Pero hay más, en la Argentina donde se enjuició y sentenció a los mandos genocidas de la última dictadura, donde al menos más de mil quinientos criminales fueron castigados, donde en las escuelas se enseña la historia que condena el horror del terrorismo de Estado, donde seguimos buscando a los niños apropiados y a los genocidas sueltos, aquí, quienes reivindican el pasado -desde lo político y lo económico- siguen incluso ganando elecciones...
Está a la vista que no es exclusivamente la impunidad de ciertos genocidas y genocidios lo que permite la reiteración de crímenes de lesa humanidad y la violación sistemática de los derechos humanos, sino que, principalmente, es la vigencia del sistema capitalista el que perpetúa la utilización de prácticas genocidas con el propósito de garantizar su dominio a escala mundial.
El nacionalismo, el fanatismo religioso, el egoísmo, la ambición desenfrenada, el odio al otro y la mentira, son algunas de las "herramientas" que la clase dominante utiliza a diario para que sus filas se mantengan robustas y sean otros los que hagan el trabajo sucio, garantizando la perdurabilidad de la explotación, la opresión y el saqueo de las grandes mayorías populares.
Garantizar la paz, hermanar pueblos, encontrar objetivos comunes, construir proyectos colectivos e inclusivos, buscar permanentemente la justicia y priorizar el bien común, requiere de cada uno de nosotros el compromiso de transformarnos en hombres y mujeres inquebrantables, que día a día se esfuercen por ser coherentes: decir lo que se piensa y hacer lo que se dice.
El posibilismo (la resignación) y el oportunismo (pragmatismo) pretenden a diario alejarnos de aquellas convicciones, que guiaron a millones de seres humanos a luchar por transformar la utopía en realidad. Pongámosle freno. Recuperemos la capacidad de creer en nosotros mismos, en nuestra fuerza colectiva, en nuestros sueños y en nuestras ideas. En que seremos capaces de construir ese mundo de paz, sin explotadores ni opresores, donde la confraternidad y la solidaridad entre los pueblos guíe el andar de todos y todas.
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