El genocidio contra los armenios ayer y hoy
"La cuarta y quinta generación de jóvenes de la comunidad armenia de Argentina fueron educadas al calor de una colectividad que bien supo afianzarse y reproducir tanto la identidad cultural como la lucha por el derecho a la justicia".
Por Monserrat Neme
Este 24 de abril se cumple el 106° aniversario del genocidio contra los armenios. Al día de hoy, aún no es reconocido por su principal responsable, la República de Turquía. Al trazar un paralelismo entre los dos 24 -marzo y abril- y con la mirada puesta en similares tragedias, la comunidad armenia en Argentina reafirma un posicionamiento de defensa insoslayable con los Derechos Humanos. La múltiple condición de argentinos, latinoamericanos y descendientes de armenios otorga una herencia de lucha que moldea una clara postura en pos del Nunca Más. Nuestro país, vanguardia en dicha materia para el resto del mundo, es el primer y único del mundo cuyos tres poderes han reconocido el Genocidio Armenio (el Ejecutivo lo hizo en 1987, el Legislativo lo reafirmó en 2006 y el Gobierno Nacional lo promulgó en 2007 ratificando su posición y el Judicial hizo lo propio en 2011, en un acto sin precedentes). Hoy, en el mundo, solo son 29 los países que reconocen este crimen de lesa humanidad.
Este nuevo aniversario carga con las secuelas de una guerra reciente iniciada por Azerbaiyán contra el pueblo de Armenia y Artsaj, por este último territorio. La guerra, lejos de ser simétrica, pareció más una continuidad del genocidio no reconocido. Escoltado por la República de Turquía, el gobierno azerí embistió contra la región de Artsaj durante 44 días y finalizó con un cese de hostilidades y su respectiva firma de paz, que les terminó concediendo gran parte de las tierras. Hoy Artsaj, un enclave históricamente armenio, tiene partes ocupadas por el ejército invasor que continúa un genocidio cultural: en este tiempo, para ejemplificar su actuar, ya han profanado iglesias cristianas y destruido el Monumento al Genocidio Armenio de la región. La perduración de las políticas negacionistas de Turquía tienen un claro correlato con los crímenes que viven los armenios en la actualidad. El reconocimiento y la reparación irán de la mano de la democratización de la región, que permitirá la coexistencia pacífica y democrática de los pueblos.
Haciendo un poco de historia, el 24 de abril de 1915 se toma como fecha simbólica de comienzo del Genocidio Armenio, ya que aquella noche el gobierno otomano decidió deportar a seiscientos intelectuales armenios; pero la construcción de una otredad negativa y el hostigamiento contra los armenios había empezado tiempo antes. Desde la última década del siglo XIX, este pueblo fue víctima de las políticas persecutorias del Imperio Otomano. Hay dos grandes masacres previas al genocidio que valen la pena contar. En primer lugar, las conocidas “masacres hamidianas” que se llevaron a cabo entre 1894 y 1896 y que cargan ese nombre en referencia al sultán otomano Abdul Hamid II, cuyas víctimas se calculan entre doscientas y trescientas mil. Luego, en abril de 1909, y tras la caída del sultán a causa de la Revolución de los Jóvenes Turcos liderado por el Comité de Unión y Progreso (CUP), la región armenia de Adaná vivió un asedio de la ciudad y consecuente masacre que cuenta con treinta mil víctimas. Este breve racconto sirve para clarificar el panorama de la situación de los armenios al llegar 1915.
La llegada de los Jóvenes Turcos a la cúpula otomana traía consigo un proyecto reformista para el Imperio que buscaba dejar atrás el sistema absolutista de gobierno para sentar las bases de una futura república bajo una impronta marcadamente liberal y ultranacionalista. El esplendor de las posiciones nacionalistas europeas de fines del siglo XIX y de las políticas imperialistas trazadas desde mediados de los ‘80 en Europa trajo consigo una avanzada occidental sobre todo el globo, incluido el sudoeste asiático. Allí, el resquebrajado Imperio Otomano siguió el camino trazado. Los Jóvenes Turcos abandonaron la idea panislámica del sultanato derrocado e implementaron una política panturquista, “una Turquía para los turcos”. La presencia de los armenios en la región, así como tantos otros pueblos del centenar que vivían en territorio otomano, como asirios, griegos pónticos y kurdos, entre otros, representaban un escollo al modelo del nuevo estado turco.
La historia del genocidio contra los armenios es continuamente falseada y negada por la heredera del Imperio Otomano, la actual República de Turquía, desde su fundación en 1923 por Mustafá Kemal Atatürk. En primer lugar, el proceso de genocidio se dio en un mundo absolutamente conmocionado por la Primera Guerra Mundial, en el cual el Imperio Otomano se alineó con la Triple Alianza. Este hecho intenta dar un marco “exculpatorio” a las potencias europeas y estadounidenses que, lejos de desconocer los hechos, no solo permitieron sino que colaboraron y ocultaron posteriormente los crímenes cometidos. Además, la narrativa oficial turca arguye falacias que acusan a los armenios de traidores, colaboradores del régimen zarista y justifican los crímenes como parte de un proceso de reubicación de los armenios. Esa “reubicación” no era otra cosa que las largas caravanas hacia el desierto de Der Zor, al norte de la actual Siria, donde no esperaban otra realidad que la muerte. La confiscación de los bienes armenios, la destrucción del patrimonio cultural y religioso, la apropiación de niños y cambios de identidad son apenas algunas evidencias que dan por tierra los falaces argumentos negacionistas.
Las respuestas ante la pregunta sobre las causas del genocidio contra los armenios suelen ser variadas. Sin embargo, a la luz de la historia, y analizando el proceso bajo una lupa socio-económica, el genocidio contra los armenios es el corolario del avance imperialista sobre la región. Es por eso que, lejos de las pretensiones de unicidad, el caso de los armenios es parte de una historia de procesos genocidas que se han dado a lo largo y ancho del globo, y que continúan sucediendo en la actualidad. Desconocer una matriz político-económica tiene un sesgo del mismo tinte. En tal sentido, abre la reflexión pensar por qué el atroz crimen de genocidio se dio en determinado momento histórico, cuando los armenios habían vivido en la región durante siglos de forma relativamente pacífica. Algo tiene que haber cambiado, y una respuesta acertada parece ser la avanzada occidental imperialista e injerencista que continúa siendo moneda corriente en la actualidad.
Hoy, la diáspora continúa la herencia de las generaciones anteriores por el camino a la verdad. La cuarta y quinta generación de jóvenes de la comunidad armenia de Argentina fueron educadas al calor de una colectividad que bien supo afianzarse y reproducir tanto la identidad cultural como la lucha por el derecho a la justicia. La labor más pedagógica de los colegios armenios se produce en la multiplicación en todos sus niveles del conocimiento de los hechos y de la importancia de la Historia que pondera la memoria por el nunca más. La cultura milenaria armenia también pervive en los clubes y sus grupos de danzas, canto, teatro, idioma y otras tantas expresiones que se tornan profundamente políticas. Existir, perdurar y vencer parece ser la impronta de una comunidad que se ha reconstruido de uno de los crímenes más atroces que vivió el siglo XX.
En la actualidad, Armenia se encuentra en un contexto de fragilidad política interna luego de la Guerra de Artsaj. El gobierno del Primer Ministro Nikol Pashinian, quien había desembarcado al poder luego de la Revolución del Terciopelo en 2018, se encuentra deslegitimado por el resto de las fuerzas políticas y la sociedad. Lo sucedido en Artsaj ha dejado importantes secuelas para un pueblo que continúa con la herida abierta e intacta del genocidio ocurrido hace 106 años. Una guerra que parece ser el corolario de un genocidio no resuelto. Porque, como bien sabemos, una historia que se niega corre el riesgo de ser repetida. Es ahí donde se hace cierto y palpable y nace el compromiso inclaudicable de contar con políticas de Memoria, Verdad y Justicia en todo proceso genocida.
Այլևս երբեք – Nunca Más.
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Fuente: Revista Random
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