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La historia detrás de la imagen

"Los Akopian, una próspera y muy respetada familia de la ciudad, tuvo que salir a escondidas por la noche para que nadie los viera. ¿Por qué? Porque el odio y la intolerancia habían sido sembrados".

Anna y Yervand Akopian, Kars, circa 1910 (Foto: Archivo familiar Akopian)

Por Eugenia Akopian


Primero preparó su cabello. Decidió usarlo recogido y se peinó ella misma. Se aseguró de que esté prolijo y acomodó un mechón bien en el medio, a modo de flequillo de la época. Para darle un toque distintivo, colocó su peineta preferida, también en el medio, pero con una ligera inclinación hacia su izquierda. Luego se colocó los aretes. Pensó que quedarían mejor los pequeños.


Eligió su vestido de terciopelo. Comenzó poniéndoselo primero con el brazo derecho, después siguió el izquierdo. Se lo abrochó. De a poco y con cuidado, seleccionó los collares. Los largos van primero y el medallón, en el centro y en el pecho, es el que tomará protagonismo, ya que es la joya que acompañó siempre a la familia.


Anna es una mujer fuerte, con carácter marcado y ojos profundos. Una mujer culta que tuvo el privilegio de pocos y estudió. Fue de las mejores de su clase. Anna tiene un espíritu determinante. Anna es valiente.


Yervand tomó el fino peine de plata y arregló su cabello. Emprolijó con esmero y dedicación su bigote. Tomó su camisa, la vistió y abrochó los botones uno por uno, desde arriba hacia abajo. Se puso el pantalón. Ató cuidadosamente su corbata gris con franjas blancas, se puso el chaleco y finalmente, el saco. El traje negro confeccionado por el sastre de la ciudad estaba listo para brillar. La ocasión lo ameritaba. Los ojos de Yervand denotan su inocencia y la ilusión de lo que vendrá. Es un hombre astuto y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Es feliz porque está al lado de Anna. Yervand es valiente.


Hacía poco que Anna y Yervand se habían casado y vivían en Kars. Llegaron juntos al atelier del fotógrafo. Estaban listos para ser retratados. Tuvieron que respirar despacio, estar lo más quietos posible y esperar a que el moderno artefacto hiciese lo suyo. Finalmente, tuvieron en papel esa noble imagen suya, la misma que estuvo durante años en la pared de su dormitorio, la misma que sigue viva más de cien años después, tan lejos de aquella casa.


Anna y Yervand fueron felices. Tuvieron 5 hijos: Amalia, Hrant, Rafik, Razmik y Vanik. Tuvieron 12 nietos, varios bisnietos, esos que corrían y los abrazaban en su casa de Ereván. Pero esa situación soñada casi no llegó. Casi no fue. Casi fue destruida y sus sueños casi arrebatados. Un día, Anna, Yervand y sus hijos debieron abandonar su hogar. Dejar sus bienes y con ello sus ilusiones, sueños y proyectos, pero jamás la dignidad. Esa casa grande, la casa linda de la cuadra, se vació. Quedaron las ilusiones y las risas de los chicos retumbando entre las paredes.


Los Akopian, una próspera y muy respetada familia de la ciudad, tuvo que salir a escondidas por la noche para que nadie los viera. ¿Por qué? Porque el odio y la intolerancia habían sido sembrados. El pecado era ser armenios. Y ellos lo eran. Con orgullo. El imperio otomano ya tenía en marcha su plan de aniquilamiento de los armenios. La orden era que no quede ni uno solo.


Tuvieron que caminar día y noche para alcanzar un lugar seguro. En el camino, aparecieron militares otomanos dispuestos a cumplir órdenes y dirigieron sus revólveres cubiertos de veneno hacia Yervand. A punto de jalar el gatillo, se escuchó otro disparo. Stepan, el hermano menor de Yervand, acababa de salvarle la vida a ese hombre noble de bigotes, quien luego ajustició a los usurpadores.


Después de andar por kilómetros, sin alimentos ni agua, la familia se encontró con dos niños armenios escondidos entre las hierbas. Habían logrado escapar del yatagán y se dispusieron a caminar hacia la nada. Con Anna y Yervand su destino había cambiado: los adoptaron y sumaron a dos integrantes más a la familia Akopian. Días después, llegaron a Alexandropol. Y allí se forjó otra historia: una de sacrificios, de esfuerzo y de trabajo. Una historia de héroes y de orgullo que aún tiene continuidad.


Más de un siglo después, la familia Akopian sigue teniendo una valiosa joya. El lugar del medallón de Anna lo tomó esta foto en blanco y negro, esa para la que tanto empeño puso la joven pareja. Esa imagen los conservó y nos trajo su aura. Esa imagen hace que ciento diez años más tarde, sus descendientes nos reunamos, los recordemos a ellos y a sus hijos. Que los celebremos. Que nos sintamos orgullosos. Esa imagen nos hace sentirnos vivos y agradecidos, porque todo esto, casi no existe, porque casi termina con un solo disparo. El disparo que le puso fin a un millón y medio de armenios. Esa imagen que muestra las ilusiones que tenían, que muestra amor; en la que hacían un llamado a la familia y en la que transmitían valores.

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