Mirar lo inmirable
El film de 1919 que descubrió al mundo el horror del genocidio armenio.
Por María Clara Albisu
En 1919, en el Hotel Plaza de Nueva York, una audiencia selecta pagaba entradas de diez dólares (en promedio, en esa época, un ticket costaba U$D 0,25) para ver una película protagonizada por la joven sobreviviente de una tragedia universal. Aurora Mardiganian, víctima del genocidio armenio, recreaba su martirio y el de su familia bajo la dirección de Oscar Apfel en la película que circuló alternadamente bajo los títulos Ravished Armenia (Armenia arrasada) y Auction of Souls (Subasta de Almas).
Aurora había visto morir a toda su familia, sufrido torturas indescriptibles, marchado con hambre y sed en el desierto y sido vendida como esclava sexual a un pashá turco. Fue el destino de muchas de sus semejantes. Se calcula que 1.500.000 armenios perecieron en el genocidio, y que un número similar de sobrevientes exiliados, como Aurora, nutrió las comunidades de la diáspora en todo el mundo. Con deportaciones masivas, marchas forzadas, torturas, asesinatos, crímenes sexuales y hasta el robo y apropiación de bebés para su posterior crianza turquificada, el plan sistemático del gobierno de los Jóvenes Turcos para el exterminio del pueblo armenio fue el plano sobre el que se basaron el resto de los genocidios del siglo XX. La transformación del Imperio Otomano en un estado nacional capitalista necesitaba de un «otro» sobre el cual proyectar la responsabilidad de los males del atraso, atribuidos a la falta de asimilación al credo de la modernidad turca. Los armenios y otras identidades minoritarias se convirtieron en ese enemigo, y pronto la propaganda anti-armenia pasaría a convertirse en masacre organizada.
Con anuencia o silencio de las potencias de la época, entonces envueltas en la Primera Guerra Mundial, el genocidio se cometió con una velocidad y crueldad inusitada. Los testimonios de sobrevivientes inundaron las embajadas extranjeras en Estambul. Es así como el clamor armenio llegó a orillas estadounidenses, donde la sociedad civil y la industria cinematográfica levantaron el guante.
Ravished Armenia fue producida a instancias del Comité Americano de Asistencia a Armenia y Siria, uno de los primeros lobbies de ayuda humanitaria en apoyarse en el lenguaje de Hollywood para contribuir a la tradición americana del fundraising, la colecta de fondos de privados para determinadas causas o iniciativas. Las extraordinarias ganancias de la exhibición del film, de 30 millones de dólares de la época, sirvieron para proveer comida y asilo a decenas de miles de huérfanos del genocidio.
El éxito de la película se basó en dos pilares: la vasta campaña de exhibiciones y la crudeza del testimonio de Aurora Mardiganian llevado a imágenes. Con escenas que ilustraban torturas y esclavitud sexual, entre otros crímenes de lesa humanidad, los horrores del genocidio quedaron grabados en las retinas de los espectadores, que se identificaron plenamente con la joven protagonista. La producción fue shockeante para la época. Apfel se vio obligado a dejar fuera del filme algunas secuencias que revelaban la extrema crueldad de los Jóvenes Turcos, y a modificar otras. De acuerdo a la propia Mardiganian, la escena que más impresionó al público, que muestra una crucifixión masiva, era «liviana»: en realidad, las adolescentes armenias cuya tortura y muerte se recreaban en ese momento de la película, habían sido empaladas.
Ravished Armenia fue la primera crónica fílmica del exterminio de un pueblo, una narrativa cinematográfica que recién tendría su auge en la década de los ’80 y ’90, de la mano de producciones más estilizadas. En los años que separan a Ravished Armenia de La lista de Schindler, Hollywood rehuyó plasmar de forma demasiado explícita testimonios de crímenes contra la humanidad y llevar a la pantalla el sufrimiento de sus víctimas.
Aunque en su momento la película logró el objetivo de conseguir la solidaridad internacional con la causa armenia, sus efectos aleccionadores se disiparon entre el humo de la agitación política mundial. La matanza y persecución de los armenios no fue percibida o denominada como un genocidio hasta mediados del siglo XX, a partir de los esfuerzos de la diáspora y del joven estado armenio, principales promotores del reclamo de justicia por su pueblo una vez que acalló la indignación hollywoodense. En el medio, el Holocausto, que siguió las mismas pautas a escala industrial. «¿Quién habla hoy en día del exterminio de los armenios?«, se mofaba Hitler en los años de su ascenso político, a poco tiempo de los crímenes del estado turco.
En efecto, Ravished Armenia se trata de un episodio excepcional en medio del olvido mayoritario de este genocidio durante el período entre guerras, que en la siguiente década solo fue roto por la insistente acción diplomática soviética por la autodeterminación del pueblo armenio y la creación de la República Socialista Soviética de Armenia, en 1920.
Para «despertar a la humanidad del sueño que tiene de sí misma», al decir de Benjamin, los registros cinematográficos se convirtieron en una herramienta indispensable. Mirar lo inmirable, una tarea ineludible. Pero la conservación de los testimonios fílmicos prueba ser un desafío para esta empresa. De los 85 minutos que integraban la película completa en su versión original, la mayoría se ha perdido. El hallazgo de 20 minutos del film guardados en una bóveda de Ereván en 1994 propició la restauración de Ravished Armenia, en dos versiones que continúan incompletas pero dialogan entre sí. Como sucede con la recuperación de muchas piezas mudas de la época, ambas versiones se apoyan en la inclusión de música y sonido para agregar al efecto dramático. Una de ellas suma subtítulos que contextualizan cada escena. Las imágenes, a más de un siglo de su estreno y aún ante los ojos hiper-estimulados de un espectador de hoy, continúan siendo impresionantes.
Ravished Armenia (1919), restauración con subtítulos informativos en inglés.
Credo, que integra Ravished Armenia (1919) con música de Loris Tjeknavorian.
Fuente: El cohete a la luna
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