No sólo Artsaj ya no está, sino que Armenia y la armenidad están en peligro
Las últimas tres décadas fueron, para Armenia y su pueblo, de una búsqueda constante y de una sucesión de frustraciones, que a partir del gobierno de Pashinian, la condujeron hasta el borde del precipicio, donde está en juego su supervivencia futura.
Por Adrián Lomlomdjian
El actual gobierno de la República de Armenia, liderado por Nikol Pashinian desde mayo de 2018 -cuando con la colaboración de Occidente logró finalizar exitosamente el Golpe de Estado Institucional que denominan “revolución de terciopelo”-, continúa con el plan elaborado por Washington y Bruselas, que tiene como uno de sus componentes principales (para el logro de sus objetivos) el deterioro y la destrucción (si es posible) de todo aquello que hace al mantenimiento de la identidad armenia y a la transmisión de la misma a las nuevas generaciones, incluidas las nacidas en aquellos países de los cinco continentes donde existen comunidades armenias.
Paso a paso, Pashinian y los suyos -los que actúan desde las estructuras del Estado armenio, así como quienes lo hacen desde otros ámbitos de la sociedad armenia y en la diáspora- no sólo profundizaron algunos aspectos del negacionismo cultural e histórico, ya implementado por los gobiernos de Levón Ter Petrosian, Robert Kocharian y Serzh Sarkisian durante los últimos treinta años, sino que también avanzaron en la entrega de la soberanía política, económica y nacional construida con enorme sacrificio y convicciones patrióticas a lo largo de las siete décadas de socialismo en la Armenia Soviética.
Durante estos últimos seis años, Pashinian y su Partido Acuerdo Cívico aplicaron una política diseñada en el exterior -como los planes económicos, las reformas constitucionales, los proyectos de nueva educación, etc.-, cuya centralidad es el cumplimiento de los intereses de los grupos de poder occidentales, que en esa región del planeta dirimen fuerzas, hegemonía y dominio con Rusia, China e Irán.
En esta avanzada sobre lo que conocemos como Cáucaso y Medio Oriente, Occidente cuenta con dos aliados históricos y estratégicos, Turquía e Israel, quienes además intentan imponer -a sangre y fuego- sus proyectos hegemónicos regionales, como lo son el panturquismo y el sionismo.
En esta etapa del gobierno de Pashinian hemos logrado visibilizar con claridad aquello que a veces aparecía entre nebulosas o no terminábamos de entender debido a las contradicciones lógicas que se suceden como consecuencia de esta coyuntura dinámica, en un momento del mundo y la humanidad en el que la disputa entre la continuidad del sistema unipolar y hegemónico impuesto por los Estados Unidos a partir de la desintegración de la URSS y la irrupción de un sistema multipolar (donde el capitalismo sigue siendo predominante) a escala planetaria, entró en una fase determinante.
En este contexto, Nikol Pashinian y quienes forman parte de su partido y gobierno no esconden en absoluto ni los objetivos por los cuales llegaron al poder, ni tampoco en dónde y por quienes fueron preparados, ni a quiénes responden en la actualidad.
Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, OTAN, Grecia, Chipre, Unión Europea, Corte Internacional de Justicia, Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Asamblea Parlamentaria del Consejo Europeo, Turquía, Azerbaiyán son los espacios en los cuales las actuales autoridades armenias se encuentran con sus socios y compañeros de ruta, ya sea para balancear el camino recorrido, como para planificar lo que queda por delante.
El proyecto occidental para la entrega de Armenia tiene también incorporados capítulos destinados a la sociedad armenia y a la puesta en práctica de un proceso para intentar neutralizar distintas manifestaciones y tipos de resistencia, y, por supuesto, otros dedicados a la diáspora, a sus dirigentes e instituciones, y a sus tradicionales relaciones con Armenia.
En lo que respecta a la sociedad armenia y al proceso interno por el que atraviesa, nuestros sucesivos viajes y nuestra participación en innumerables encuentros y reuniones, las extensas charlas y debates mantenidos a lo largo de no sólo estas tres últimas décadas, sino también durante la Armenia Soviética, y la permanente comunicación establecida con quienes viven allí y son protagonistas de la realidad cotidiana que los atraviesa, como así también con quienes forman parte de las distintas comunidades diaspóricas, nos permite afirmar que desde que Armenia dejó de integrar la Unión Soviética y, además, decidió restaurar las formas capitalistas de desarrollo de su sociedad, comenzó a atravesar por un camino que, más allá de momentos y matices, la condujo hasta el borde del abismo en cuanto a su existencia misma.
Y este proceso, inevitablemente, está acompañado por un debilitamiento preocupante de las estructuras comunitarias establecidas en los cinco continentes, conformadas con mucho sacrificio y convicciones patrióticas, como lo hicieron aquellos que crearon la República en 1918 y fortalecieron el Estado durante el período soviético. En estas comunidades armenias vemos hoy cómo las nuevas generaciones van perdiendo gradual, pero sistemáticamente, distintos valores identitarios que son fundamentales a la hora de mantener los lazos con sus raíces, entre ellos, el idioma y las tradiciones.
Escuelas, iglesias, instituciones de todo tipo, colectivos culturales, artísticos y deportivos, son parte de esa gran estructura que supimos construir y traer hasta nuestros días, y es nuestro compromiso no sólo mantenerlas, sino desarrollarlas y hacerlas crecer, llenándolas de vida y de nuevas generaciones dispuestas a hacer también su contribución, garantizando no sólo su perdurabilidad en el tiempo, sino también aportando nuestra particularidad y nuestras experiencias a las sociedades y a un mundo plurinacional donde convivamos en paz, confraternidad y de manera solidaria.
Desde esta mirada en la que rescatamos el “nosotros armenios” como un aporte más al “nosotros humanidad”, es que decidimos enfrentar las acciones de todos aquellos quienes en cualquier rincón del planeta intentan imponernos la construcción de un mundo distinto al que soñamos y por el que luchamos, y muy parecido al que estamos viviendo. Por eso, estamos en la vereda opuesta a Pashinian y a todos y todas quienes nos quieren convencer de que no hay alternativa al sistema de dominación, opresión y explotación, y que lo único que tenemos que tratar de hacer es “mejorar” o “humanizar” lo que existe.
Retomando el tema armenio, el último (y nuevo) ataque de Pashinian a la Iglesia Apostólica Armenia, acusándola de mentir en cuanto a los 1700 años de cristianismo y de no pagar impuestos, se suma a los sucesivos ataques a la diáspora -realizados contra los sobrevivientes del genocidio armenio (poniendo en duda no sólo la cifra, sino el crimen mismo)- y a la profundización del negacionismo histórico y cultural con el que intentan seguir falseando, tergiversando y ocultando las siete décadas de Armenia Soviética, y privando a la armenidad en su conjunto, y a las nuevas generaciones en particular, de conocer la verdad sobre lo que fue la etapa más brillante de su renacimiento nacional y social, de la cual deberían sentirse orgullosos todos y todas.
Más allá de matices y cuestiones concretas que hacen a cada una de ellas, los ataques a la Armenia Soviética, a la Iglesia Apostólica Armenia y a la diáspora, tienen un mismo objetivo: golpear ahí donde se aporta a la construcción de armenidad, ahí donde se mantienen vivas la memoria colectiva y los valores que hacen a la identidad.
En el contexto de esta lucha silenciosa y crucial que libramos a diario (muchos, aún sin darse cuenta) entre la propuesta de "seguir siendo uno respetando y sumando a la diversidad" y la de "dejar de ser colectivamente uno" para "ser alguien en una sociedad globalizada y hegemonizada por el poder dominante", desde la diáspora, y particularmente aquí, en la Argentina, quienes conformamos la colectividad armenia tenemos mucho por hacer. Y no debemos seguir perdiendo el tiempo en pequeñeces que dividen y nos desenfocan del objetivo principal.
No sólo Artsaj ya no está, sino que Armenia y la armenidad están en peligro.
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