Primeras reflexiones sobre las relaciones entre Armenia y Turquía
Una cuestión fundamental a resolver por la República de Armenia, que precisa del análisis profundo y del debate serio entre las distintas corrientes que conformamos la armenidad.
Por Adrián Lomlomdjian
La derrota en la guerra iniciada por Azerbaiyán el 27 de septiembre de 2020 contra el pueblo de Artsaj (Karabaj) -que lucha por la continuidad de su existencia en sus territorios ancestrales a través de hacer valer el reconocimiento internacional del derecho a la autodeterminación-, no sólo significó para el pueblo armenio tener que comenzar a convivir con el inmenso dolor de los más de cinco mil muertos y los miles de mutilados -en su abrumadora mayoría, jóvenes de hasta 23 años-, sino también a tratar de digerir la pérdida de una parte del histórico territorio de la Región Autónoma de Nagorno Karabaj y a tener que asimilar un duro golpe al “orgullo nacional”, construido principalmente a lo largo de estas últimas tres décadas no sobre los éxitos logrados como colectivo nacional y social, sino sobre una realidad paralela basada en fábulas alejadas de la verdad histórica y del presente cotidiano.
Los sectores nacionalistas y pro-occidentales, que desde distintos partidos políticos -lamentablemente- son predominantes en Armenia y las comunidades diasporeanas, lejos de haber aprendido las lecciones de la historia, principalmente de la vivida desde fines del siglo 19 hasta nuestros días, reiteran los errores del pasado, conduciendo al pueblo y a la República de Armenia hasta el borde del precipicio, en cuanto a su seguridad nacional y a la existencia misma del Estado.
En distintos artículos hemos reflexionado y expresado nuestro parecer respecto a la guerra, a cómo se crearon las condiciones para que Azerbaiyán atacara, quienes fueron sus cómplices, qué hizo cada gobierno y cada sector político armenio antes, durante y después del conflicto militar. Y vamos a seguir profundizando en esta dirección, porque para nosotros analizar minuciosamente el tema y acercarnos cuanto más podamos a la verdad de lo sucedido en este período de la historia armenia, nos permitirá no caer en la actitud casi necia de repetir ideas y “certezas” que nada tienen que ver con la realidad, y estar en condiciones de brindar una mano a la hora de aportar soluciones a las cuestiones que nos ocupan y nos preocupan como parte del colectivo nacional armenio.
Lo mismo sucede con las relaciones Armenia-Turquía. En diversas notas publicadas en este sitio web (en idiomas armenio y castellano), hemos hecho un primer abordaje de la cuestión. A través de opiniones personales y declaraciones institucionales, no sólo expresamos públicamente nuestra posición -siempre a favor del diálogo y de construir puentes que nos permitan avanzar en el establecimiento de relaciones de paz, amistad y solidaridad entre los pueblos-, sino que intentamos contribuir a la reflexión y a la generación de un debate que nos permita, de manera colectiva, opinar e intercambiar ideas sobre un tema trascendente para el desarrollo presente y futuro, no sólo de Armenia, sino también de cada una de nuestras comunidades.
Pensando en voz alta y compartiendo estas primeras ideas con ustedes, quisiera destacar que para mí, una cosa son las relaciones entre las Repúblicas de Armenia y Turquía, y otra muy distinta las relaciones armenio-turcas. Esta última es mucho más abarcativa y compleja que los acuerdos que puedan alcanzar dos Estados, buscando el bienestar de cada una de sus sociedades y la posibilidad de lograr un mayor y mejor desarrollo de su potencial. Sin embargo, el establecimiento de las relaciones entre los Estados influirá positivamente en el proceso de construcción de buenas relaciones entre ambos pueblos, que necesitan de mucho más tiempo y de otras condiciones socioeconómicas y políticas en ambos países.
Yendo puntualmente a las relaciones entre países, debemos destacar que el pasado 14 de enero de 2022, en Moscú, se reunieron los representantes especiales designados por Armenia y Turquía para comenzar a transitar el camino que lleve hacia el establecimiento de relaciones diplomáticas (y económicas) entre estos dos Estados. Para tal fin, Armenia designó a Rubén Rubinian, actual vicepresidente de la Asamblea Nacional y miembro del gobernante Partido Acuerdo Cívico, mientras que Turquía nombró para participar de las negociaciones a un “peso pesado”, el diplomático Serdar Kilich, ex embajador turco en los Estados Unidos.
Como un llamado de atención, vale aclarar que con esta designación el gobierno de Pashinian, que permanentemente tensa las relaciones con Rusia -aliado estratégico de Armenia-, parece nuevamente querer “jugar con fuego”, ya que designó a un joven que luego de finalizar sus estudios en la Universidad Estatal de Ereván, obtuvo una maestría en Política y Seguridad en la University College de Londres (UCL) y luego otra en la Universidad Jagellónica de Polonia. Además, entre los años 2017-2018, realizó un trabajo de investigación sobre “El rol de las organizaciones sociales en la democratización de Turquía” en el Centro Político de Estambul, dependiente de la Universidad Sabanch.
No estamos haciendo gala de mala fe, sino realismo puro, si imaginamos un desarrollo no muy deseado en este proceso, relacionando los tradicionales e históricos lazos fraternos entre turcos y británicos, con el anti-rusismo polaco y con que el joven Rubinian “recibió formación extra” en Londres, Cracovia y Estambul.
Es cierto, Armenia precisa de estas relaciones como cualquier otro país del mundo que mantiene relaciones incluso con otros con los que ha estado en guerra o con quienes sigue manteniendo diferendos. En base a lo que vimos en los últimos treinta años y, especialmente, en estos casi cuatro años de la administración Pashinian, sería ingenuo creer que al actual equipo de gobierno sólo le interesa establecer relaciones maduras y de buena vecindad con Turquía.
Pero mejor, no nos adelantemos a lo hechos y veamos cómo avanza el proceso, al menos en esta primera etapa…
Negarse al establecimiento de las relaciones entre ambos países sin condicionamientos previos de ninguna de las partes, no es una posición que pueda ser sostenida con seriedad por alguna corriente político-partidaria. Se pueden crear y poner en circulación historias y argumentos que en un primer momento pueden resultar creíbles, pero el análisis pormenorizado de la situación en la que se encuentra Armenia y de los acontecimientos que se suceden en dicha región, ayudará a entender que el inicio del diálogo para el establecimiento de relaciones entre ambos países no es perjudicial “per se” ni para Armenia ni para quienes la habitan, y mucho menos para quienes formamos parte de las colectividades armenias establecidas en diversos países de los cinco continentes.
Debemos tener la amplitud suficiente para escucharnos entre nosotros y también para escuchar otras voces. Distintas. Por ejemplo, aquellas que sin olvidar el pasado intentan hacer prevalecer la mirada en el presente y, principalmente, en el futuro. U otras, como la de los armenios que viven en Estambul y mantienen allí, a riesgo de sus propias vidas, los valores que hacen a su identidad nacional. O la de los denominados “armenios ocultos”, que son cientos de miles que viven en los territorios que habitaron nuestros antepasados en la actual Turquía, que son descendientes de los y las armenias islamizadas (en su mayoría, niños huérfanos o mujeres apropiadas), pero que fueron conociendo la verdad y van recuperando su identidad cultural armenia, a pesar de decidir seguir abrazando el islam como religión. O escuchar a los habitantes de Armenia, pero no sólo a los intelectuales y formadores de opinión, sino también a quienes habitan los pueblos del interior, las ciudades que limitan con Turquía.
Personalmente, estoy seguro que ningún armenio (puede que sí, pero serían contados con los dedos de una mano) sería capaz de poner sobre la mesa de negociaciones el olvido y el silencio sobre el genocidio como prenda de cambio. Además, le sería difícil hacerlo cumplir, porque gran parte de la humanidad nos sigue acompañando en nuestro reclamo de justicia, a pesar de los 107 años transcurridos desde que nuestros abuelos y bisabuelos, padres y madres fueron deportados de sus hogares y de sus territorios ancestrales, masacrados muchos y apropiados otros cientos de miles, como parte de un plan previamente elaborado por el Estado turco y conocido internacionalmente como genocidio armenio/plan sistemático de exterminio de los armenios en el Imperio Otomano.
Pero hoy estamos ante dos países vecinos, con una historia compleja entre ellos, que resolvieron probar avanzar por el camino del diálogo bilateral. Y nosotros debemos decidir qué hacer. Si seguir transmitiendo y alentando odio, o comenzar a escuchar, a reflexionar y a buscar respuestas colectivas mirando el futuro, sabiendo que nada es definitivo y nadie es dueño de la verdad absoluta.
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