Ramón Carrillo y las injerencias indebidas
El pueblo argentino no necesita de ningún diplomático extranjero que le ilustre acerca del valor de la persona humana y de la importancia de su dignidad, igualdad y libertad.
Por Gabriel Sivinian
Días atrás, la embajadora del Estado de Israel en la República Argentina, Galit Ronen, se manifestó en contra de evocar a una persona acusada de simpatizar con el nazismo. "Cuando decimos 'Nunca más' refiriendo al Holocausto, no hace sentido conmemorar alguien que, por lo menos, fue un simpatizante con este ideología" (sic), señaló en la red social twitter.
Luego, se sumó el embajador del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en nuestro país. “El nazismo fue el mayor mal del siglo XX. Condujo al Holocausto. La muerte de millones de inocentes. No debemos conmemorar a nadie que participó en este terrible episodio", escribió en la misma red.
No es nuestra intención defender la figura de Ramón Carrillo, el aludido primer Ministro de Salud de la República Argentina. Seguramente, habrá funcionarios públicos, profesionales del área, historiadores, políticos, periodistas y tantos otros admiradores de su obra, que lo harán con mayor fundamento.
El sentido de estas líneas es otro. Se vincula con alertar sobre estas prácticas diplomáticas que repercuten en el debate público doméstico. Una operación que tiene la intención de incidir en decisiones gubernamentales, aunque estas fueran de orden menor.
Basta con escribir en Google los términos “Hospital/ Sala Ramón Carrillo” para comprobar cómo se extienden en la superficie de nuestro país las Unidades Sanitarias que homenajean al renombrado médico. Mayores resultados se encuentran si la búsqueda remite a deferencias en el campo de la Salud Pública, entre cuyos profesionales Carrillo es un referente ineludible.
Llama la atención que hasta el momento no se había manifestado la objeción expresada, entonces ¿qué es lo ha cambiado? ¿Tal vez algún descubrimiento reciente en la biografía del sanitarista? ¿Se tratara de las personalidades extrovertidas de dos embajadores de turno, cuyas declaraciones hallaron eco en organizaciones y personas sensibilizadas con el tema? ¿Será que la inmediatez de las nuevas tecnologías de comunicación tienta a divulgar opiniones antes reservadas al ámbito privado? ¿O estaremos frente a un hecho que pretende forzar algún cambio en las relaciones exteriores de nuestro país?
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El pronunciamiento público de dos funcionarios extranjeros sobre una posible medida que tomaría el Gobierno argentino y que competería a un tema de política interna resulta una repudiable injerencia en los asuntos de nuestro país.
Este despropósito se agrava por la condición de quienes lo profieren.
Seguramente, Ronen y Kent estén preocupados por una eventual legitimación de la antihumana ideología y las atroces prácticas del nazismo. Compartimos esa inquietud.
Una doctrina que tiene entre sus atributos el racismo, el supremacismo, la xenofobia y el expansionismo, si orienta las políticas de un Estado poderoso resulta un gravísimo peligro para el conjunto de la Humanidad. El pasado nos lo enseña. Millones de personas fueron asesinadas en guerras de conquista colonial; tras ser reducidas a la esclavitud, la servidumbre y la explotación forzosa; o debido a su identidad religiosa, étnica, nacional, política, sexual o sus capacidades diferentes.
La Historia nos exime de mayores comentarios sobre el nivel de criminalidad del Imperio Británico en sus dominios, colonias, protectorados y otros territorios gobernados, administrados e invadidos desde el siglo XVI hasta el presente. Al respecto, la obra coordinada por el historiador Marc Ferro “El libro negro del colonialismo” resulta una fuente de consulta obligatoria. Además, los argentinos tenemos muy presente el significado de la herida colonial en nuestros archipiélagos de las Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur; la guerra emprendida y a sus caídos.
¿Desde cuándo un funcionario que representa al imperialismo Británico cuenta con legitimidad moral para erigirse en revisor de decisiones políticas inherentes a los derechos básicos de las personas?
En relación al Estado de Israel, el enclave colonial que los británicos generaron en Medio Oriente, ¿acaso está regido por una ideología que contraría el racismo y se caracteriza por su igualitarismo, xenofilia y pacifismo?
Basta con revisar la Ley Básica que define a Israel como Estado Nación del Pueblo Judío para percibir la sanción jurídica de la desigualdad, que afecta a una quinta parte de la población del territorio de ese Estado, los nativos palestinos; o reparar como viabiliza la promoción de la anexión territorial y el desarrollo del asentamiento ilegales, respondiendo a una política colonizadora y expansionista sobre territorios palestinos ocupados, contrario a numerosas normativas de Naciones Unidas; u observar el impulso a la inmigración de personas judías-foráneas-mientras el Estado israelí impide el retorno a su país de millones de palestinos expulsados, que sobreviven en condición de refugiados y a quienes asiste el Derecho internacional; o divisar la preocupación por preservar el patrimonio cultural, histórico y religioso del pueblo judío mientras se destruye o se expropia el capital cultural del pueblo palestino originario; para exponer tan solo unos pocos ejemplos.
¿Desde cuándo un funcionario que representa a un Estado regido por este tipo de legislación es una persona calificada éticamente para fiscalizar cuestiones relativas a los derechos fundamentales de las personas?
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Concluimos estas líneas aseverando que nada nuevo se ha descubierto en la biografía de Carrillo. Por otra parte, desconocemos la personalidad de los citados embajadores, aunque descontamos que no se dejaron llevar por la celeridad del intercambio en redes sociales, difundiendo opiniones reservadas.
Nos inclinamos a pensar que estamos frente a un hecho que procura perturbar las relaciones exteriores de nuestro país y que no debemos naturalizar estas injerencias sobre nuestros asuntos internos.
El pueblo argentino ha dado sobradas pruebas de su inclaudicable lucha en contra de las ideologías y prácticas racistas, supremacistas, xenófobas y expansionistas, afines o declaradamente nazi-fascistas.
Nuestro pueblo es referente internacional en la lucha en favor de los Derechos Humanos. Allí están nuestras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los organismos de Familiares y de Víctimas del Terrorismo de Estado; los organismos que pre-existían a la dictadura cívico-militar, como la Liga Argentina por los Derechos Humanos (LADH) y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y los que se formaron en el fragor de la denuncia; el Movimiento de Mujeres, columna vertebral de los Encuentros Plurinacionales de Mujeres y Disidencias y del Movimiento Ni Una Menos; los Centros de Ex Combatientes de Malvinas; los Movimientos agropecuarios y campesinos; las Federaciones de Pueblos originarios; la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional, las Madres del Dolor, los Movimientos de Trabajadores Desocupados y Excluidos, las Asambleas barriales, las Empresas Recuperadas por sus Trabajadores, los familiares de las víctimas de la AMIA, como APEMIA o 18 J; los Centros de Estudiantes de distintos niveles de la enseñanza; además de cientos de personalidades y organizaciones de base eclesiásticas y laicas, foros, sindicatos, cooperativas y partidos políticos del campo popular.
El pueblo argentino no necesita de ningún diplomático extranjero que le ilustre acerca del valor de la persona humana, de la importancia de su dignidad, igualdad y libertad, de su potestad a la autodeterminación nacional y del conjunto de sus derechos fundamentales.
Menos aún, si se trata de funcionarios que representan a Estados que violan sistemáticamente los Derechos Humanos y las disposiciones emanadas desde el Sistema de Derecho Internacional vigente.
Nuestro pueblo tiene claro que el “Nunca Más” que proclama la embajadora Galit en su tuit y que fuera acuñado en las luchas contra la impunidad de los crímenes del Terrorismo de Estado, requiere recordar las imágenes del pasado para identificar las actos del presente continúan recreándolo.
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