Tres fascistas que amenazan al mundo
El mandamás imperialista Trump, el jefe sionista Netanyahu y el autoproclamado sultán Erdogán integran el mismo equipo que viola sistemáticamente los derechos humanos.
Por Adrián Lomlomdjian
En este momento del siglo 21 –con o sin pandemia-, podemos afirmar que el planeta y la sociedad humana padecen, sobreviven y resisten cotidianamente el avasallamiento de los grupos globalizados del poder político y económico.
En lo político, que está íntimamente ligado a lo económico, una parte importante de esta acción criminal y depredadora tiene como protagonistas fundamentales a tres fascistas que se sienten totalmente impunes y actúan como tal, sintiéndose amos y señores de hacer lo que les plazca, sin importarles las violaciones de los más elementales derechos humanos y de las normas internacionales que generan a diario.
Uno es el mandamás de la principal potencia imperial, económica y militar del planeta, el hombre que rige los destinos del nido de serpientes desde donde se intenta –y se logra, en gran medida- organizar el día a día del planeta tierra: Donald Trump.
Otro, a pesar de estar enjuiciado y ser repudiado, recientemente fue reelecto primer ministro para seguir llevando adelante el plan genocida que de manera sistemática aplica desde hace décadas el Estado sionista que lidera: Benjamín Netanyahu.
Y el tercero es el autoproclamado Sultán, Presidente de una república que sueña reconvertir en aquel sanguinario imperio, que regó con sangre y destrucción vastos territorios europeos y asiáticos, perpetrando el genocidio de varios pueblos originarios de aquellas regiones: Recep Tayyip Erdogán.
Los tres, más allá de algunos cortocircuitos entre ellos, producto de las ansias de poder que los enceguece y de sus personalidades miserables, coinciden en su criminalidad y en ser tres líderes de Estado repudiados por gran parte de la humanidad.
Es interminable el listado de delitos cometidos y que a diario siguen cometiendo -con total impunidad- no sólo en los países que gobiernan, sino aquellos que van sembrando a lo largo y ancho de los cinco continentes. Por eso, en este artículo focalizaré en lo más reciente que los involucra, que no son más que nuevas violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional.
Experto en provocar conflictos internos y externos, en declarar bravuconadas, cosas sin sentido y en pelear a sus periodistas; en amenazar permanentemente a Rusia, China, Irán y Corea del Norte; en endurecer el criminal bloqueo contra Cuba una y otra vez; en fracasar en todos sus intentos de invadir Venezuela y derrocar al presidente Maduro; ahora, el mandamás imperialista está decidido a aplicar hacia adentro la misma metodología represiva que exporta al mundo para que apliquen los presidentes lamebotas de los países/colonias que se someten a sus designios políticos y económicos.
“El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció este domingo (31 de mayo) que designará a la Antifa (movimiento antifascista) como una organización terrorista, al acusarla de estar detrás de los disturbios raciales que vienen sucediéndose en el país”, difundieron desde la agencia oficial alemana Deutsche Welle.
Ayudado por los medios masivos de comunicación a escala internacional, están tratando de revertir la carga de la prueba y que lo central sean “los saqueos”, “los intentos desestabilizadores de grupos ultras” y “la agresividad de los manifestantes” y no el horrendo crimen de un hombre indefenso, el ciudadano George Floyd, perpetrado por la policía del país “más libre y mas democrático” el pasado lunes en Mineápolis (Minesota).
La policía estadounidense utilizó la misma metodología, que sus hermanas fuerzas de seguridad israelíes aplican para “neutralizar” a los palestinos y palestinas que osan enfrentar a la poderosa maquinaria militar sionista con piedras.
Y ya que mencioné al Estado gendarme sionista, dos cuestiones que preocupan. Una, nuevamente el presidente Alberto Fernández mostró públicamente su buena sintonía con Israel y con el criminal de guerra que está al frente de ese Estado, Benjamín Netanyahu.
“El presidente Alberto Fernández se comunicó con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, a quien felicitó por haber podido conformar un gobierno de unidad junto a Beny Gantz”, informaron desde Página/12 el 26 de mayo y agregaron que el diálogo incluyó el compromiso de “avanzar en conversaciones para fortalecer las relaciones y vínculos comerciales a través del Mercosur y poder así, mejorar las relaciones entre la región e Israel”. “Seguimos muy de cerca la experiencia israelí, nuestros países tienen que estar muy unidos siempre”, señalaron desde el diario que fue ese el mensaje que le transmitió el mandatario argentino al líder israelí.
De los derechos del pueblo palestino, nada. De las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que se cometen en Israel, nada. De los asentamientos ilegales y de las violaciones a las resoluciones de la ONU, nada. De los niños encarcelados, nada. Del robo del agua, nada. De los bombardeos y las muertes de civiles palestinos, nada. Parece que Fernández vive en otro planeta o lamentablemente le parece correcto el accionar del Estado sionista genocida.
Lo segundo que preocupa es que el nuevo gobierno Netanyahu-Gantz, saludado afectivamente por el presidente argentino, tiene como objetivo principal la concreción unilateral del proyecto sionista –avalado por los Estados Unidos- de, entre otras cosas, legitimar la definitiva colonización y anexión de Cisjordania y avanzar en el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado judío. Un gobierno anexionista, discriminador, fascista en su accionar, sionista exclusivista fundamentalista en su concepción, que en vez de cosechar merecidos repudios y rechazos, recibe saludos hipócritas.
El tercero de estos fascistas -aunque hay más, no nos ilusionemos-, es el autoproclamado Sultán Erdogán que, por un lado, tergiversa y niega los crímenes del pasado que cometió el Estado que él encabeza, y por el otro, avanza en su intento de rememorar aquella “época gloriosa” plagada de “heroicas hazañas” como las matanzas masivas de armenios, asirios y griegos, entre otros, bombardeos a poblaciones civiles, turquificación forzada de pueblos, deportaciones masivas” y otras acciones que perpetuaron la atrocidad del imperio otomano.
Hoy, más de un siglo después de aquella barbarie, el autoproclamado nuevo sultán y presidente del Estado genocida turco, Erdogán, vuelve a invadir países, someter pueblos, oprimir minorías, saquear riquezas naturales, deportar y asesinar, emulando a quienes lo antecedieron en la práctica genocida.
En lo interno, la política y la fraseología autoritaria de odio utilizada por Erdogán y su gobierno son responsables de las matanzas en la Anatolia y en el norte de Siria, de la muerte de los luchadores en huelga de hambre (la mayoría, trabajadores de la cultura) y del derrocamiento de alcaldes, intendentes y diputados revolucionarios del opositor Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas en turco) que habían sido elegidos legítimamente en las últimas elecciones. Y más, porque el discurso del autoproclamado sultán habilita a que desde las sombras se organicen y se lleven a cabo actos como la vandalización de iglesias armenias (como el intento de incendio de una de ellas y la rotura de la cruz en la otra) o la amenaza de muerte que recibió Raquel Dink para ella y para los miembros de la Fundación de derechos humanos que preside. Fue así como hace algo más de una década atrás, desde las sombras y al amparo de un Estado fascista, planificaron y concretaron el asesinato del militante revolucionario armenio, defensor de los derechos humanos y periodista Hrant Dink.
Los tres dicen jugar para ellos mismos, pero integran el mismo equipo. Uno habla de volver a ser la potencia mundial que era, el otro quiere hacer realidad el legado de no se quién y construir la gran Israel en territorios que no le pertenecen, y el otro promete recuperar la gloria del imperio otomano.
Los tres tienen antecedentes genocidas y sus prácticas continúan siendo las mismas. Confrontarlos políticamente es la tarea de todos y todas aquellas quienes tenemos como objetivo de vida salvaguardar al planeta, vivir en paz y confraternidad con todos los pueblos, ser solidarios y construir sociedades sin explotación, sin opresión, sin injusticias ni desigualdades.
La causa de los pueblos es una sola. Por eso, los enemigos de los pueblos son los mismos.
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