Utopía y horizonte: los pueblos y su derecho al pleno desarrollo
El reconocimiento del genocidio contra los armenios es un viejo vacío que perpetúa el Estado turco hace más de un siglo, así como la falta de una solución a la cuestión kurda y las minorías en la región.
Por Monserrat Neme para Juventudes Iberoamericanas
Nuestra utopía como horizonte
Las utopías se erigen como significaciones de aquello que está en un plano irrealizable por su perfección intrínseca, como una representación ideal de la sociedad que se hace impracticable. Si bien la paradoja podría dar respuesta a la naturaleza de la historia (conflictiva, en disputa y contradictoria), no por ello la humanidad deja de crear cientos de escenarios de mundos ideales que desea habitar. Un sinfín de grupos persiguen sueños, ilusiones y representaciones de un mundo que, entre sí, suelen ser contradictorios y se dirimen en la arena de las disputas políticas. Las utopías se elevan como horizontes, tal como decía Galeano, que en virtud de nuestro caminar se corren un poco más. En alguna parte nuestra, que omitimos justificadamente, sabemos que probablemente no veamos la representación del mundo ideal que construimos, pero sí sentarán nuevos pisos que nos acercan a la meta.
El derecho al territorio propio es una representación ideal de quienes transitamos por espacios comunitarios donde se conjugan las historias identitarias de cada pueblo con una impronta humanista y justa. En ese horizonte se embarcaron decenas de pueblos a lo largo de la historia y, particularmente, en la edad contemporánea, que se caracteriza por la emergencia, conformación y proliferación de los Estados-nación modernos. Estos modelos de estatalidad que proponen un sujeto homogéneo, combinados con la coerción, desconocen muchas veces la multiplicidad de identidades hacia el interior de las fronteras.
El derecho al pleno desarrollo de una comunidad en un territorio en particular no significa necesariamente una delimitación geográfica estricta. La coexistencia pacífica entre los pueblos no es algo nuevo, pero sí se encuentra en constante disputa. En la actualidad, contamos con experiencias institucionalizadas, como lo es el caso de la Constitución boliviana del 2009 que declara al país como un Estado Plurinacional, dando lugar al reconocimiento de la coexistencia de diversas comunidades que tienen autonomía y determinados derechos sobre los territorios y recursos naturales. Esta refundación del estado boliviano demuestra la factibilidad de un desarrollo pleno de los derechos comunitarios mediante el reconocimiento y el acceso a prácticas democráticas y plurales dentro de un mismo territorio. Por otro lado, hay otros pueblos que cargan con luchas por la conquista del territorio propio y han sido víctimas de lógicas disciplinantes, negacionistas y constructoras de una otredad negativa que lejos están hoy de una coexistencia pacífica.
Una causa, cientos de pueblos
La lucha por el derecho al desarrollo de las comunidades se extiende a cientos de pueblos a lo largo y ancho del globo y excede al binarismo eurocéntrico de oriente-occidente. Un claro ejemplo contemporáneo son las políticas represivas que sostiene la República de Turquía desde su fundación en 1923, que continúa con las de su predecesor durante los albores del siglo XX: el antiguo Imperio Otomano. Si bien se puede hacer una extensiva caracterización del genocidio contra los armenios que tuvo lugar entre 1915 y 1923, este pueblo es uno más entre las decenas de víctimas que obran en la larga lista del Estado turco. En la actualidad, el gobierno del autoproclamado Sultán Recep Tayyip Erdoğan sostiene una política de opresión sistemática hacia la variedad de grupos religiosos, étnicos y culturales, así como también con aquellos disidentes al régimen que residen en el país. El plan de turquificación de la región avanza a pasos agigantados y uno de sus blanco es el pueblo kurdo.
Los kurdos resisten a los embates del gobierno de Turquía, a la vez que proponen nuevas formas de organización política, económica y social que ponen en jaque las estructuras tradicionales de estatalidad. Abdullah Öcalan, el histórico líder del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) que se encuentra en prisión perpetua en Turquía desde 1999, desarrolló la noción de Confederalismo Democrático. La experiencia de Rojava (personalizada en la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, AANES) puso en práctica esta propuesta de organización, que tiene como ejes fundamentales la democratización de las estructuras sociales, una fuerte participación de las mujeres y una clara impronta ecologista. El modelo propuesto por Öcalan sostiene una autonomía económica focalizada en un proyecto cooperativista, que permite la reapropiación de la producción y la redistribución de las riquezas socavando la especulación y la acumulación del capital. Estas rupturas de los órdenes históricamente dominantes y codependientes (el capitalismo salvaje, el patriarcado y la depredación de los recursos naturales) conllevan una transformación radical de los cimientos de la sociedad.
El caso kurdo muestra la factibilidad de configurar una nueva modernidad democrática centrada en una filosofía de vida colectiva y un proceso comunitario de toma de decisiones. Las estructuras propuestas por el Confederalismo Democrático apuntan a una descentralización autónoma del territorio y ponderan formas comunales y cooperativas de producción, que a su vez persiguen propósitos ecologistas y sostenibles. Este proceso de reconfiguración de los mecanismos de organización provoca un corrimiento de las funciones del estado tradicional, y la democratización de la política propone un profundo replanteamiento de los mecanismos de poder.
Si bien el Confederalismo Democrático podría presentarse como una utopía para aquellos pueblos de la región que luchan por un reconocimiento de sus derechos, no lo es en la medida que se levanta como realidad en la experiencia comunalista de Rojava. Aunque una de cal y muchas de arena: en paralelo a la construcción de este tipo de sociedad, los kurdos se enfrentan a la persecución y hostigamiento del Estado de Turquía, que se erige como pavorosa realidad para todas las minorías en la región.
El objetivo de turquificación –móvil similar al panturquismo que persiguieron los Jóvenes Turcos en la ejecución del Genocidio Armenio hace más de un siglo– pone a los kurdos en el ojo de la tormenta. Desde el año 2015, se intensificó su persecución y hostigamiento tanto en el Kurdistán del Norte –Turquía–, como en el Kurdistán Occidental –Siria–. La militarización de la zona fue en aumento en la medida que crecían los crímenes, las violaciones a los derechos humanos y la destrucción del patrimonio cultural. Además, un punto de ataque hacia adentro de Turquía fueron los líderes del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), políticos electos para la representación parlamentaria que luego fueron removidos del mandato popular, encarcelados y reemplazados por representantes del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan.
Las ofensivas del gobierno de Turquía cuentan con el silencio aplastante de las demás potencias, los medios hegemónicos y de aquellos que vociferan una (selecta) preocupación a los Derechos Humanos. Al Kurdistán lo abrazan los pueblos solidarios que transitan experiencias similares, y tantos otros movilizados por las injusticias. Además, retomando lo mencionado, la política de turquificación de Erdogán se extiende a lo largo y ancho de la región. Esta es una explicación concreta a lo sucedido en la guerra de Artsaj que involucró a Armenia y Azerbaiyán, pero que contó con otros actores claves que jugaron sus intereses geopolíticos en la contienda.
Así es como el gobierno de Azerbaiyán, presidido por Aliyev y alineado a Erdogan, sostiene en un contexto de posguerra un genocidio cultural con la profanación de los valores culturales armenios de la región. El objetivo que comparten parece ser la destrucción de la cultura milenaria armenia. El avance sobre los territorios históricamente habitados por este pueblo, sumado al ataque y destrucción del patrimonio, constituyen un sostenimiento de los crímenes cometidos contra los armenios. En tal sentido, este pueblo carga en su andar con la negación que perpetua el genocidio de 1915, que repite con nuevos aires el accionar del fascismo de los gobiernos turco y azerí.
La democratización como horizonte
Si bien la propuesta de Erdogan es autoritaria y fascista y anula toda vía del diálogo, un proceso de democratización de Turquía pone sobre la mesa la posibilidad de una coexistencia pacífica y desarrollo pleno de los ciudadanos turcos. En ese sentido, los sectores opositores al régimen vislumbran en el horizonte la posibilidad de una democracia que destrabe el callejón sin salida construido por el autoritarismo de Erdogan. Si bien esta realidad parece cada vez más lejana al calor de la intensificación del fascismo turco, ésta se erige como persecución de los pueblos que luchan contra él. Las posturas ultra nacionalistas, racistas y xenófobas que predominan hoy en el país chocan tanto con la imagen que se quiere construir de una Turquía moderna como con la resistencia de sus víctimas.
Este horizonte de democratización, que excede a la simple tarea de la participación ciudadana en procesos electorales, abre camino a ciertas deudas históricas que tiene Turquía con la historia: el reconocimiento del genocidio contra los armenios es un viejo vacío que perpetúa hace más de un siglo, así como la falta de una solución a la cuestión kurda y las minorías en la región. La reparación de Turquía es con la historia y los Derechos Humanos. Entonces, este proceso pone en el centro la importancia de la Historia como un hecho fundamental para su constitución. No es posible una democracia y una coexistencia pacífica entre los pueblos sin repensar la representación del pasado que construye la noción del presente y da lugar a la perspectiva del futuro.
En resumen, el derecho al desarrollo pleno de las comunidades en la región se erige como utopía como sinónimo de horizonte, pero no de imposibilidad: los pueblos resisten y luchan por una coexistencia pacífica que en la actualidad está truncada por la imposición de un modelo autoritario, que busca homogeneizar con el objetivo de la turquificación y que desconoce la multiplicidad de identidades que hacen al territorio. “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse”, es la certeza para los que luchan y que entienden que la causa de los pueblos es una sola.
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Bibliografía
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Fuente: Juventudes Iberoamericanas
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